Querido
David,
Ahora que ya formas parte de esta casa, esta
familia y esta vida, he decidido contarte como vivimos tu llegada al mundo
desde este lado.
Tú nos elegiste a nosotros, pero yo pedí que
llegaras con todo mi alma y una vez que papá y yo decidimos buscarte, no
tardaste en aparecer.
Supe que estaba embarazada antes de la falta. Mi
cuerpo lo decía a gritos y una noche en la que los papás estábamos en el camping,
el test nos lo confirmó. Recuerdo que se me saltaban las lágrimas y que el
corazón no me cabía en el pecho. Papá y yo nos quedábamos bizcos mirando una
línea que se intuía pero no terminaba de verse claramente.
Debías ser minúsculo y apenas unas cuantas
células trabajando a tope, pero estábamos seguros de que te habías aferrado a
nosotros y no te dejaríamos ir, así que no fuimos nada precavidos en esperar un
tiempo y lo pregonamos a los cuatro vientos. ¡Estábamos embarazados!
Papá no fue realmente consciente de que estabas
aquí hasta la primera ecografía con 6 semanas en la que vimos un latido de
corazón a toda caña. Eras minúsculo pero tu corazoncito ya cambió el latido de
los nuestros.
Durante las primeras 20 semanas te llamábamos más
veces Sara que David porque pensábamos que eras una niña, hasta que en la
ecografía apareció un chicarrón precioso, nuestro David.
Mi dieta vegetariana cambió por ti. Mi cuerpo me
pedía hacerlo. Las náuseas fueron grandes maestras.
Disfrutaba hablándote, cantándote, bailándote y
sobretodo meditando juntos. Meditar contigo era una pasada. Estaba mucho más
centrada y conectada para meditar, practicar Reiki, practicar Zen, oir charlas…
De hecho hicimos juntos los primeros niveles de Zen y por eso te llamo “niño
Zen”.
El curso de “Nacimiento Feliz” con sus
afirmaciones, ejercicios y meditaciones nos dio mucha seguridad y me ayudó a
trabajar con mis miedos.
Para preparar tu llegada, fui con la tía Lourdes a
la Catedral de Valencia a dar las nueve vueltas y pedir ayuda a la Virgen del
Buen Parto y otra noche la abuela, la madrina, Marisa y yo hicimos un ritual de
bienvenida; cenamos, meditamos, cantamos…
Cuánto mas próximo estaba el día, más nos
impacientábamos. De hecho, un día papá y yo acabamos en el hospital pecando de
primerizos, pensando que podíamos estar de parto. Fue un paseo nocturno hasta
Torrejón muy divertido y tranquilo.
Todos hacíamos predicciones sobre cuando sería;
mi cumpleaños, nochebuena, navidad, los inocentes… Pero mi cumpleaños pasó, la
Nochebuena y la Navidad también. Debías estar muy a gustito porque además papá
estaba de vacaciones y nos cuidaba a todas horas.
Pero llegó el día de los inocentes y decidiste
gastarnos la primera broma de tu vida. (Vas a ser un cachondo como tu padre)
Cuando a las 00:00 me fui a la cama diste el primer aviso rompiendo ligeramente
la bolsa. Pensé que sería pipí y no hice caso, pero a las 2 al levantarme al
baño tiraste suficiente líquido como para que papá y yo fuéramos conscientes
del aviso.
Había leído mucho sobre cuando ir al hospital y
decidimos esperar. Nos pusimos una película, pero cuando vimos el agua rosada
decidimos prepararnos para ir al hospital.
Me duché mientras papá terminaba de prepararlo
todo. Estábamos súper contentos. Había llegado el momento de ver tu cara, de
tocarte, de abrazarte y besarte.
A las 5 llegamos al hospital, me exploraron y
pusieron los monitores. Tenía contracciones pero irregulares y sin dolor. No
podía estar más feliz.
Nos subieron a una habitación para ver si me
ponía de parto y nos recomendaron dormir, pero ¿cómo iba yo a dormir con lo
emocionada que estaba? Así que decidí cantarte y bailar para ayudarte a bajar,
mientras papá nos miraba somnoliento desde el sofá y avisaba a la gente para
que encendieran velas, mandaran Reiki y se preparasen también para tu llegada.
Pero aún te quedaban lecciones de paciencia que
darme y a las 12 cuando vinieron a buscarnos no había borrado el cuello del
útero, me pusieron prostaglandinas y ahí comenzaron las contracciones fuertes y
regulares. Eran soportables y las disfrutaba porque me acercaban más a ti.
Seguí bailando y moviéndome con papá. Él nos ponía las meditaciones, las
afirmaciones, contaba las contracciones y bailaba con nosotros.
Durante esas 12 horas los dolores no eran nada
comparado con los abrazos y besos que recibimos de papá.
La noche del 28 cenamos entre contracciones. Papá
me decía cuanto tiempo me quedaba para tragar antes de la siguiente. ¡Qué rico
nos supo ese pescado por cierto!
Cuando las contracciones ya eran tan fuertes que
me tiraba al suelo o abrazaba fuerte a papá, nos llevaron a la sala de mínima
intervención con la tan ansiada piscina donde iba a tener el parto de mis
sueños.
Allí tirados en la colchoneta y abrazados en la
pelota, sorteábamos las contracciones con más esfuerzo porque el cansancio
hacía mella.
Pero a las 00:00 como un jarro de agua fría nos
dijeron que apenas había dilatado 1 cm y que iban a ponerme oxitocina para
provocar tu salida con más fuerza. Yo sabía que las contracciones siguientes
iban a ser mucho más fuertes y estaba muy cansada porque en 40 horas había
dormido apenas 3. Así que tuve que hacer de tripas corazón, renunciar al parto
que había soñado y pedí la epidural. Ahí se acabaron los bailes, paseos y
abrazos con el papá. Fueron sustituidos por verme tumbada, conectada a sueros y
monitorizada. La fase dura del parto comenzó entonces. La epidural no funcionó
como debería ninguna de las dos veces que me pincharon y la mitad de mi cuerpo
decidió seguir viviendo el parto con dolor pero sin poder moverme.
Durante unas 13 horas me enfrenté a mis miedos y
fantasmas, lo que ahora con perspectiva me ha hecho más fuerte. Fui consciente
de lo importante que es ser flexible, no aferrarse a una idea y ser capaz de ir
adaptándose a lo que nos depara la vida.
Frente a mí tuve el altar del parto que con tanto
cariño habíamos preparado; el mandala del bebé naciendo, la vela, el dibujo de
la roca y el bambú… Al final verdaderamente papá fue la roca protectora y yo el
bambú flexible. Me protegió, sostuvo y dio aliento. Sólo se separó de mi lado
unos pocos minutos cuando necesitó un respiro fuera de la sala pero rápidamente
volvió entero y fuerte.
Sin embargo llegó un momento en el que sentí que
mi valor y mis fuerzas me abandonaban y fue cuando estaba a punto de tirar la
toalla que Natalia apareció. Parece como si tú la hubieras elegido porque ella
fue la que nos recibió a las 5 de la madrugada del 28 y la que apareció la
mañana del 29 para darme el empujón que necesitaba. No sé cuanto tiempo después
de sus instrucciones estuve centrada en respirar pero no era consciente de nada
más. De hecho vino tu abuela a vernos y papá nos seguía cuidando pero yo no
prestaba atención.
Hasta que por fin el último anestesista me puso
una anestesia diferente, me puso de lado y de nuevo retomé el parto soñado. Fui
consciente de que éste no estaba en la piscina sino dentro de mí y en estado
meditativo empecé a empujar relajadamente con cada contracción. No hubo un solo
empujón de película fuerte y gritado. Con cada espiración te notaba y te
visualizaba bajando y encajándote hasta que por fin te note coronar.
Cuando le dije a papá que mirara que ya estabas
ahí, se puso nervioso porque estábamos solos y salió a por Natalia, quien vino
corriendo y me fue guiando los últimos pujos permitiendo que salieras tú solito
sin cortes ni roturas.
Al salir te quitó la vuelta de cordón, me
desnudaron y te pusieron sobre mí. Tú llorabas y temblabas de frío mientras te
deshacías del líquido de tus pulmones. Hasta que el cordón no dejó de latir
permanecimos unidos por él y fue papá el que nos separó para después volver a
unirnos en la teta a través de la que espero estar unidos durante mucho tiempo.
El resto de la historia ya la conoces porque
desde ese momento has estado a este lado de la vida haciendo nuestra vida mejor
y sin parar de enseñarnos cosas. Espero enseñarte al menos la mitad de lo que
nos estás enseñando tú.
Así que para terminar esta carta, te voy a
regalar una de las cosas más importantes que me enseñaron a mí, a ser
agradecidos. David, tenemos que agradecer todo este tiempo y estas experiencias
a mucha gente:
A
papá, porque es lo más importante de nuestras vidas y sin su amor nada de esto habría
sido posible.
A
Natalia y todo el equipo médico que nos ha cuidado durante el embarazo y el
parto porque han estado y nos han ayudado de la mejor forma posible.
A
los que velaron nuestro parto con velas, Reiki y rezos porque nos dieron paz y
fuerzas para afrontar el momento.
A
los abuelos, tios, familia y amigos que estuvieron pendientes de nosotros no
sólo durante la eterna espera del parto sino durante los 9 meses de embarazo.
Te han tocado, hablado, cantado y sobretodo querido antes de verte.
Y
en general al mundo que te espera porque está listo para recibirte con los
brazos abiertos y ayudarte a crecer.
Yo por mi parte te doy las gracias a ti, hijo mío
porque me haces la mamá más feliz del mundo. No puedo quererte más.
Mamá
Pdta. Por si te has quedado con ganas de
saberlo, finalmente la abuela Ana y el tío Vicent ganaron la apuesta,