Es bastante curiosa la existencia de una
oruga. Vive siempre pegada a superficies, apenas puede ver lo que ocurre a su
alrededor y es un ser un tanto despreciado entre los humanos.
Os voy a contar una historia de una Oruguita
que conocí (se hacía llamar Ale), ella vivía con inquietudes, tenía un gran
afán de aprendizaje y sobre todo un gran sentido de la lealtad y de la amistad.
Ale sufría porque a veces el mundo no le
correspondía con lo que ella esperaba, y necesitaba ayuda para entender lo que
ella sentía como injusticias. Pero como antes os decía, Ale era una oruga muy
inquieta y decidió salir de la hoja en la que vivía para intentar encontrar
respuestas; en su camino se comunicaba continuamente con sus amigas las orugas,
quienes en algunos momentos, no entendían a Ale, ya que ellas sentían que les
hablaba en otro idioma, pero lo cierto es que las oruguitas confiaban
enormemente en Ale, así que la apoyaron y escucharon.
Ale les iba contando historias de mariquitas
voladoras y mosquitos samuráis, pero sobre todo, de lo duro que en ocasiones
estaba siendo el recorrido. De repente un día Ale se cansó de explorar el
exterior y decidió descansar en un bello paraje muy lejos de su hogar;
necesitaba pensar lo que estaba viviendo y quizá reflexionar en lo que pensaba
y sentía.
Las oruguitas estuvieron un tiempo sin saber
nada sobre las pericias de Ale pero entendieron que necesitaría tranquilidad.
Ale se metió en su crisálida, allí estaba tranquila y segura, allí podría
buscar las repuestas que quizá estarían en su interior y no en el mundo externo
que intentaba descubrir. Pero de repente un día, al amanecer, Ale se despertó
con un tremendo peso por encima de su cabeza, se sentía rara pero tremendamente
fuerte; había algo que no la dejaba levantarse, y al girar la cabeza vio que
tenía unas enormes alas azules. Era un azul muy vivo y se sintió llena, feliz y
muy muy fuerte, como si Ale ya no estuviera y hubiese llegado Alexandra. Se
levantó con mucho esfuerzo e intentó aletear pero vio que esto no iba a ser tan
fácil. Poco a poco Ale fue aprendiendo a volar y en cuanto pudo volvió a casa
para contárselo a todo el mundo. Durante el viaje disfrutó de las vistas,
sentía haber crecido y haber encontrado su verdadero yo, ¡sólo tenía que buscar dentro de mi! pensó.
Al llegar con todas las oruguitas, ellas
quedaron fascinadas, notaban distinta a Ale, incluso a veces no la entendían
cuando hablaba (a veces pensaban que estaba un poco loca). Ellas no entendían
qué había ocurrido con Ale, pero la veían diferente, por dentro y por fuera.
Si algo tenían claro las oruguitas es que
Ale había cambiado, había sufrido una metamorfosis y sobre todo que se la veía
muy feliz.
Alexandra decidió seguir su camino de
descubrimiento y compartirlo con todos aquellos que quisieran, incluso ayudó a
otras a oruguitas a ir sacando sus alas, pero…nadie dijo que fuera un camino
fácil.
Y colorín colorado….
A mi amiga muy visible Alexandra,
porque "las casualidades" nos han juntado una vez más.
Además, gracias a ti he vuelto a escribir después de meses de abandono.
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